Paracetamor, abrazos y citas.
Hoy visité a Raimundo (con sus dos apellidos).
A veces un médico puede recordar un paciente por los quebraderos de cabeza que le causó; por lo complejo de su enfermedad o por las noches en blanco pensando en él. (Si, eso ocurre.) Otras veces un médico recuerda un paciente con cariño. Yo a Raimundo le recuerdo con cariño.
Nos conocimos en junio de 2014, una fractura de cadera fue culpable de ello. Raimundo tenía noventa años cuando le conocí. Me tocó operarle su cadera rota, un clavo sujetaría sus huesos rotos mientras enganchaban. -Ese es el fundamento de la Traumatología: colocar los huesos en buena posición para que enganchen por los fenómenos biológicos naturales.-
Su hueso estaba enfermo, de eso me di cuenta enseguida mientras le operaba. Las «serraduras» de hueso las mandamos analizar. La Anatomía patológica -o biopsia- nos lo confirmó: su hueso estaba enfermo.
Posteriormente al ingreso tuve un problema técnico con él y le tenía que reoperar: cambiar el clavo por otro mayor (era un Cristo de cirugía) algo muy duro para un anciano de noventa años. Un proceso urinario gravísimo impidió llevar a cabo la cirugía. Y así, en vilo, estuvimos unos meses, cuando por fin nos planteamos la operación… Ya se había solucionado el problema…
Después de esa fractura (resuelta) vinieron más fracturas -por hueso enfermo- y problemas de pulmón y corazón. A cada contratiempo, su carácter no cambiaba, la actitud y el espíritu de superación podían con todo.
Un traumatólogo de cabecera.
Con el tiempo conocí -visité- a la extensísima familia que tiene. Hijos, hijas, yernos y nietos. Creo que prácticamente soy la traumatóloga de cabecera de esa familia.
Cada vez que visito a alguien de su familia pregunto por él (Raimundo). Con el corazón encogido deseando que la respuesta sea: «Como siempre, bien.» Sabiendo que un día la respuesta no será la que me gustará oír.
La última vez que le vi estaba en urgencias. Corazón descompasado, mascarilla a tutti plen y una respiración forzada -usando todos los músculos posibles para ello- para tragar aliento voraz de vida.
No es necesario ser médico para ver lo duro que es esa situación para el enfermo y la familia, ese ahogo severo. El aire inspirado no llega a donde debe. Uno puede mirar a esos ojos suplicantes de vida, como un pececillo recién pescado que intenta en vano usar sus branquias. Esa noche pensé que nunca más lo vería…
Y hoy: ¡Sorpresa!
Cuando he leído su nombre en mi listado he salido a llamarlo personalmente. Y tal como sé plantó delante mío le he regalado dos sonoros besos y un abrazo. No sé quien estaba más contento si él o yo.
No es un visita médica. Es una charla entre amigos.
Y hemos empezado a charlar. Te aseguro que la cadera es lo de menos, lleva años enganchada. Si aún baila, si aún visita a su amiga especial. (Raimundo es viudo pero tiene una amiga que le alegra la vida, con la que charla, baila y pasea. Con ella se siente un poco menos solo.)
Las ganas de vivir de Raimundo son envidiables.
Paracetamor por favor.
A estas edades… qué va a hacer un médico? Nada. Como mucho recetará Paracetamol que es lo único que le puedo dar a una embarazada y a los abuelitos de cien años y poco más.
Solo nos queda el Paracetamor.
En realidad médico puede hacer más. Puede brindar cariño y amor. Y tratar a esa persona como se merece. Porque una caricia o una sonrisa cómplice puede hacer más por alguien que una receta de una pastilla que puede calmar el cuerpo pero no el alma.
Abrazos y citas.
A estas edades, cuando tienes la suerte de visitar a un anciano plenamente lúcido, debes extremar tus palabras. No sabes si será la última vez que te dirigirás a él. Y puede que tus palabras y tu actitud sea vital para él y enfocar esta época tan dura.
El cariño que me profesa te aseguro que es mutuo.
Mientras miraba de reojo su radiografía decidí que por muy abarrotada que esté mi consulta, él se merecía saber que el año que viene -si es que lo hay tanto para mi como para él- tenemos una cita.
Y yo le volveré a preguntar por su espalda, por su cadera, por el baile y su amiga especial.
Un paseo.
Estamos aquí de paso, a veces lo olvidamos. Un día estamos bien y al siguiente algo impensable ocurre. Un fatalidad, un diagnóstico inesperado cambia nuestros planes y nuestra vida.
Y entonces nos damos cuenta que quizá no exprimimos la vida al máximo. Y de nada sirve lamentarnos.
Debemos intentar ser nuestra mejor versión a diario, solo así conseguiremos al final haber hecho nuestra mejor faena, ese será nuestro legado. Algo que prevalecerá en forma de recuerdo, de sonrisas o suspiros.
Si has sonreído con esta historia dulce –sin azucares añadidos– te reto a que la difundas entre los que más quieres. Quien la reciba sabrá que es especial para ti, como Raimundo. Nada mejor que regalar sonrisas, no crees?
Relacionado con la Batallita Miranda tienes:
La fractura de cadera en el anciano: mi abuela.
Como evitar las caídas en ancianos. 10 básicos.
Este artículo va dedicado a la Dra. Judith Montoya -médico de familia- que cuidó de este modo tan exquisito a Francisco García Reyes. (Otro paciente mucho más joven al que el corazón le jugó una mala pasada.)
Me encontrarás en redes sociales.
En Facebook: Consulta Doctora Miranda.
En Twitter: @miranda_trauma
Y también tengo Instagram!!!
Quiero que sepas que he publicado mi primer libro. Tengo los huesos desencajados. Un libro escrito con mucho amor, humor y traumatología. Te animo que te tomes conmigo un aperitivo. Tengo los huesos desencajados.